Representación de Urania, musa de la astronomía en la antigua Grecia. |
Cuando
tan solo era un chaval y comenzaba a sentir esto de la escritura como una
pasión, recuerdo que solía esperar a la noche más oscura para recorrer las
calles en busca de un lugar donde sentarme a escribir. Siempre acababa en un
banco, sentado en el césped o tirado por cualquier rincón. Entonces esperaba
allí, con una hoja en blanco sobre las rodillas y un boli en la mano a que
llegase la inspiración. Curiosamente, yo tenía la idea de que la inspiración
caía del cielo en forma de musa invisible que me susurraba al oído las palabras
que yo iba garabateando sobre el papel. No siempre acudía, por supuesto, pero
cuando lo hacía podía regresar a casa satisfecho, con una o dos páginas
escritas entre las hojas de mi libreta.
En
aquellos tiempos y en relación a mi punto de vista de cómo debía escribirse,
miraba con cierto desdén a algunos escritores profesionales que afirmaban que
la literatura se basaba en un trabajo duro y meticuloso, así como a los que
asistían a cursos literarios. Para mí la literatura era algo tan personal y
visceral que cualquier cosa que se alejara del puro impulso de la inspiración
no merecía mi atención. Por supuesto, estaba equivocado. Por suerte, ahora lo
sé y puedo enmendar ese error.
Ahora
sé que la inspiración no está ahí, en el universo esperando a ser invocada,
sino en nuestro interior esperando a ser hallada, domada y transformada en esos
primeros bocetos que forman cualquier relato. Y esa búsqueda de inspiración
forma parte del proceso de la escritura, al igual que la corrección o revisión
del texto. La única diferencia es que es el primer paso a tomar. Realmente no
hacía las cosas tan mal años atrás cuando me sentaba a mirar el cielo, solo que
me faltaba la perspectiva para atribuirme todo el mérito. Tenía una técnica, de
esas que se enseñan en los cursos caros para escritores, pero no era capaz de
identificarla como tal y por lo tanto aún menos de vislumbrarla en los demás. Y
es que no hay nada como hacerse viejo para volverse ligeramente más sabio.
Yo creo que la inspiración está sobrevalorada, quizás porque las ideas no son algo que me falten Pero siempre me estrello en las otras partes del proceso; las que requieren trabajo, claro.
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