Vivimos tiempos extraños, más o menos complicados dependiendo de la
situación personal de cada uno, pero casi en todos los casos y
ámbitos, tiempos de cambios, de replanteamientos y de búsquedas de
dirección vital. Las rutinas laborales se han visto alteradas,
cuando no suspendidas, las familiares, sociales, comerciales y hasta
nuestros hábitos y costumbres se han visto afectados de una forma en
ocasiones radical. Y como no, el apartado artístico en general y
literario en concreto, que es de lo que vengo hoy a hablar aquí, no
ha sido una excepción.
Cuando
todo este embrollo comenzó, se decretó el estado de alarma y llegó
el confinamiento, se canceló la gira de presentación de mi última
novela “Nuestro último tesoro”, dejándome tirado después de
llevar casi dos meses preparando los eventos, concretando fechas y
lugares. Reconozco que resultó desalentador, pero comprendiendo que
era una situación excepcional, traté de tomármelo de forma
positiva. Hoy en día las redes sociales nos proporcionan medios
para llegar al público sin necesidad de contacto físico, y por ello
quise unirme a todos aquellos que al igual que yo, se dispusieron a
ofrecer su arte a precios reducidos o directamente gratis, para hacer
más llevadera la situación a los demás y por qué no, aprovechar
para promocionarse. Pero a veces pasa que las cosas cuantas mejores
intenciones les pongas, más frustrante resulta el no ver resultados.
Y así fue.
Las
redes se inundaron de libros que habían pasado de costar dinero a
ser gratuitos mediante pagos sociales (eso es mencionar que se ha
adquirido tal producto en redes sociales para promocionarlo),
sorteos, concursos, retos de escritura e ilustración, propuestas
miles para ser capaces de compensar la falta de eventos, entre ellos
el día del libro, ferias, presentaciones y charlas, mediante
facilidades online. Y la cosa empezó bien, no os creáis. Yo mismo
utilicé este blog para resubir viejos relatos, corregidos y
reescritos, en un esfuerzo que esperaba que me reportase cierto
“feedback” en forma de comentarios o menciones en otras redes,
pero la realidad resultó ser una muy distinta.
No
tardaron en aparecer las primeras quejas de
autores que veían como sus pagos sociales eran descargados desde
cuentas fantasma para no ser compartidas jamás, sus costosos libros
eran leídos sin un mísero “like” y sus ofertas superespeciales
quedaban olvidadas
sin remedio. E igual que la literatura
pasaba con la música de autores independientes, los cuadros de
pintores que buscaban inspiración en el encierro, poetas, actores,
bailarines y otras muchas disciplinas. Parecía ser que en pleno
confinamiento, cuando el arte se había convertido en un bien
preciado, todo seguía siendo igual de complicado que antes. Fue por
ello que se hizo una llamada a la huelga, después desconvocada, para
reivindicar nuestro lugar en la sociedad, aunque las cosas como sean,
hacer huelga para protestar por el desamparo no es algo que suela dar
resultados, al menos a corto plazo.
Ahora
se acerca el gran día del libro, ese en el que personas que jamás
han leído uno en sus vidas, lo compran para regalárselo a alguien o
simplemente por el esnobismo de que le vean paseando con uno bajo el
brazo por la calle, subir la foto a su instagram o echarse la medalla
de que “yo leo, aunque ocasionalmente”, cuando aquellos que
realmente gustan de la lectura no tienen que buscar excusas para
comprar literatura. Y como no, decenas de miles de autores, tanto los
independientes como aquellos amparados por grandes editoriales que
verán por primera vez como se cierran sus espacios en las grandes
ferias del libro, se echarán a las redes, nos echaremos a las redes,
ya que me incluyo, implorando a los potenciales compradores que
elijan nuestras obras en lugar que las de los otros, porque son
buenos libros, divertidos y entretenidos, baratos además, y las
cosas como sean, damos mucha penita metidos en casa escribiendo y sin
poder salir.
Y
es verdad lo de la pena. En mi caso por lo menos. La pena que me doy
a mi mismo, como mínimo. Porque este no es un camino de rosas y si
encima vamos descalzos por las zarzas, peor que peor. Y
por ello me debato entre seguir haciéndome el escritor y tratar de
aprovechar estas fechas para encasquetar algún libro, u ocultarme en
las sombras, esperar a que todo esto pase, y meditar sobre la
necesidad de escribir, su propósito y finalidad. Porque a veces
renegar de uno mismo es la mejor forma de encontrar el camino.