domingo, 31 de enero de 2021

Cambio de rutinas.

Hace cosa de un año (un poco menos, pero no entraremos en exactitudes temporales) sufrí un afortunado revés del destino y pude cambiar de trabajo de una forma bastante radical, pasando de ser un abnegado empresario, a trabajar como funcionario de la sanidad pública. Ahorraré los detalles porque ni son interesantes ni este nuevo trabajo definitivo, ni mucho menos, pero sí es cierto que el cambio de rutinas supuso todo un desafío a la hora de organizarme para escribir.

Hasta ese momento y desde hacía muchos años, la escritura era además de una pasión, una forma de rebelión; cada mañana me levantaba de la cama una hora antes de lo debido para plasmar mis ideas en papel (real o virtual), casi como una obsesión, un ritual que no podía dejar de repetir ya que todo lo demás me parecía tiempo perdido. Si algo puedo sacar en positivo de esa época es precisamente la forma de escribir, con constancia y algo de rabia, que me proporcionó años de inspiración para lograr mantener tres blogs y publicar otros tantos libros y relatos. Pero desde marzo todo es distinto.

Pasar de un horario a tiempo completo de camionero, al de jornada intensiva en el hospital, me dejó muchísimo tiempo libre que lejos de aprovechar para escribir, hizo que mi mente se dispersara en otras muchas actividades. Ahora por fin podía sacar tiempo para la familia, para ir a pasear, para salir con la bici, jugar a videojuegos, quedar con amigos, escuchar música con la luz apagada y los ojos cerrados… y precisamente este aumento de tiempo libre me quitó la necesidad de escribir. Reconozco que he perdido mucho, pero tampoco puedo reprochármelo.

Había llegado el momento de replantearme mis rutinas, mi dirección artística y enfocarme de una vez en la dirección que creyera correcta, pero entonces sucedió un nuevo cambio laboral. De pronto pasé de trabajar en un hospital, en primera línea de contacto con los pacientes, a estar metido en un cubículo haciendo de teleoperador. Mi nuevo e inesperado destino podría parecer más cómodo a primera vista pero la ansiedad no tardó en apoderarse de mi. Siete horas seguidas atendiendo a un teléfono que no parecía dispuesto a dejar de sonar ni un instante, reproches, gritos e insultos desde el otro lado, broncas desde arriba, ignorancia sobre aquello que supuestamente debía saber desde mi interior… He de reconocer que de todas mis experiencias laborales hasta el momento (que no han sido pocas ni agradables), esa estaba siendo la peor con diferencia. Perdí el hambre, la capacidad de descansar por las noches, estaba adelgazando de forma alarmante y los mantras que debía repetir una y otra vez al auricular comenzaban a hacer mella en mi mente. Así que busqué la única forma de escapar: escribiendo.

Con un pedazo de papel junto al teclado, me hacía con una frase que sirviera de punto de partida y a partir de allí iba hilando un relato, escribiendo palabras sueltas cuando el teléfono me lo permitía, buscando así una estructura en la que formar un hilo conductor que terminara dándole un sentido lógico a todo ese galimatías en el que estaba sumido. Algunos días resultaba imposible, pero otros lograba llevarme a casa un pequeño relato que, más o menos afortunado, me demostraba que yo seguía allí, resistiendo.

Ahora ya llevo seis meses en mi cubículo. He aprendido y he hallado la forma de sobrellevar la situación, además de haber acumulado una buena cantidad de relatos que he pensado en publicar en mi nueva cuenta de Twitter @JCRosa18 (el 18 lo ha colocado el sistema automáticamente, no es mi edad) y quiero invitaros a seguirla y leerlos por allí. Si lo hacéis, nos vemos allí, y si no… no.

Amor de primate. Una breve novelita de muy pocos megabytes.

Hay quien dice por ahí que los buenos tiempos del papel ya han llegado a su fin; que entre pdfs, kindles, podcasts y audiolibros, el libro t...