Siempre
me ha gustado comparar la literatura con la pintura. En realidad me gusta
compararla con cualquier forma de arte, ya que el arte es expresión pura, pero
quizás sea la pintura la que mejor pueda compararse con lo que quiero explicar
hoy.
Para el
pintor nefasto, como es mi caso, cerrar los ojos e imaginar una bella imagen
(soy bastante propenso a imaginar bellas damas cabalgando sobre blancos
corceles hacia el ocaso) puede resultar sencillo. Pero abrir los ojos
frente a un lienzo en blanco y plasmarla
tal y como se había imaginado, puede ser una tarea imposible. ¿Por qué? La
respuesta es tan sencilla como que al ir a ejecutar nuestra obra debemos pasar
de un plano puramente mental (imaginar) a uno puramente físico (pintar) y ese
trasvase de talentos no siempre es posible sin haber adquirido una técnica previamente.
Pero volvamos a la escritura.
Escribir
resulta fácil para cualquiera de nosotros. A todos nos han enseñado a escribir
desde muy pequeños (demasiado diría yo), mientras que no sabemos nada de otras
expresiones artísticas. Pero incluso la escritura y la lectura nos son
enseñadas de forma mecánica, con la intención de memorizar y transcribir textos.
Eso nos deja algo alejados de las expresiones artísticas, pero no es tan
complicado “despertar” la escritura como expresión de ideas. En mi anterior
entrada hablé de la búsqueda de la inspiración y en ésta daré alguna clave para
convertir esas ideas en textos.
Lo
primero que debemos tener en cuenta es que en el largo camino que va de nuestro
cerebro hasta nuestra mano de sostener el bolígrafo, las ideas pueden
atascarse, mutar y acabar expresando algo que no deseamos o no de la forma que
deseamos. Es muy fácil dar por supuestos pequeños detalles que al omitirlos
creen cierta confusión en el lector y que éste acabe desistiendo de leer
nuestro texto, así como dar un exceso de información que acabe aburriéndolo. Y
eso es algo terrible. Por eso existe la voz y el tono.
Podéis
llamarlo truco o podéis llamarlo técnica, pero lo cierto es que es esencial que
cuando escribimos un texto, sea ensayo o ficción, nos imaginemos sentados en
una tranquila terraza (u otro enclave) explicándoselo a un conocido nuestro.
Puede parecer una tontería, pero el hecho de poner nuestra voz al texto y
buscar la forma de que esa persona (vale cualquiera, desde un familiar a ese
amigo del cole que hace tanto que no vemos) hará que escribamos de forma clara
y concisa. No queremos que esa persona se aburra con detalles excesivos ni que se pierda nada por culpa de resúmenes
excesivos. De este modo escribiremos con consciencia de crear un texto
comprensible y por lo tanto estaremos un paso más cerca de tener éxito. Luego,
por supuesto, queda mucho camino por delante, pero eso ya lo explicaré más
adelante.
Sin embargo, si lo hiciéramos de verdad, digo explicárselo a alguien de confianza en un lugar tranquilo, y lo grabáramos para luego transcribirlo ¿el resultado sería valido como literatura? Sin haberlo probado me da la sensación que no.
ResponderEliminarNo da buen resultado. de hecho es u ejercicio común en cursos de literatura. Pero claro, aquí jugamos con el factor de que las cosas no suenan igual en la cabeza de uno que cuando salen por su boca.
Eliminarinteresante consejo.
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