La adolescencia siempre resulta ser una
etapa compleja a nivel personal, de identidad y de interacciones con
otros seres humanos. En mi caso además, se me añadieron problemas
familiares extra, como las adicciones de algunos familiares cercanos,
el ingreso en prisión de mi padre y la larga enfermedad que acabó
llevándose por delante a mi madre. Todo ello fue haciendo mella en
mí, volviéndome más retraído, esquivo y al final me llevó a
encerrarme en mi mismo en una etapa a la que me gusta llamar “la
gran oscuridad” para que quede poético pero que podría ser
bautizada quizás con más eficacia como “esa época de mierda”.
Pero no fue malo todo lo que eso me trajo, ya que descubrí un lugar
mágico donde podía estar a solas, en silencio y frente a una fuente
cuasi infinita de lectura: La biblioteca.
No sé como era anteriormente, pero desde ese momento la biblioteca
se convirtió en mi refugio, mi bastión, el lugar donde podía
relajarme, abstraerme de mi día a día y descubrir nuevas formas de
ver el mundo, de entender la realidad y de dejar volar la fantasía
de manos de grandes autores como Lovercraft, Bian, Fischer, Bierce,
Wilde, Doyle, Tolkien, Panero, Poe… Y Buckowsky.
Ahora está de moda. Las redes sociales
están plagadas de fotos y frases que se le atribuyen y parece ser
una especie de adalid de los escritores malditos. Pero en esa época
no era así para mí. Yo conocí a un Buckowsky que escribía novelas
y relatos de borracheras y sexo en un entorno socialmente destrozado,
casi disuelto en el alcohol, el juego y el vicio. Mi Buckowsky era un
tipo sin trasfondo que simplemente desfasaba en un mundo que yo
estaba comenzando a descubrir y que se cubría con la gloria de su
propia inmundicia. Acababa de morir, de hecho, pero yo de eso nada
sabía y solo le leía para reírme de sus ocurrencias, de las
situaciones en las que se veía metido ese personaje que era Harry
Chinasky, su alter ego y preguntarme qué había de realidad y qué
de fantasía en sus relatos.
Me reencontré con él muchos años
después. Por casualidad leí una de sus poesías y me pareció
genial. Por una parte no conocía su faceta poética (aunque
realmente fue la más prolífica para él) y por otra yo ya no era un
chaval inadaptado si no un adulto con una carga de responsabilidad
notable sobre mis hombros (trabajo, familia, etc…) y decidí darle
otra oportunidad. Gracias a la información que nos proporciona
Google pude bucear en su vida y leer sus obras en orden, descubriendo
a una persona que creció en la miseria y recibía palizas por parte
de su padre, con fracasos escolares y sociales, con un horizonte que
no llegaba más allá de su nariz y que solo le quedaba escribir para
alejar su miseria. Y que a pesar de todo no lo logró. Buckowsky era
un pobre hombre pero también un egoísta sin amor propio ni por los
demás, un nihilista, mezquino y eternamente triste. Era un hombre
atrapado en un bucle de desanimo y autodestrucción que él mismo
había creado y que paradójicamente le servía de inspiración y le
mantenía a flote.
Definitivamente Buckowsky no resultó ser quien yo creía si no
alguien mucho más complejo a tantos niveles que dudo de si realmente
a día de hoy le admiro o le desprecio pero también alguien a quien
tengo ganas de seguir leyendo y conociendo.
Etapas diferentes de la vida, visiones diferentes. No hay que despreciar las segundas oportunidades.
ResponderEliminarGracias
Por supuesto. A veces es necesario hacer un alto en el camino para mirar hacia atrás.
EliminarY la tan comentada últimamente separación entre vida y obra. Si te sigue gustando leerlo, sigue haciéndolo.
ResponderEliminarEso haré.
EliminarGracias por comentar, compañero.