domingo, 14 de abril de 2019

13 voces


Hará cosa de dos meses me topé por la calle con V y G, conocidos míos de haber participado en el taller de literatura que impartí el año pasado y entusiastas del arte y la cultura, quienes me comentaron que llevaban en mente realizar un evento relacionado con la pintura y la poesía, al que accedí participar con los ojos cerrados. Llevaba ya algún tiempo inactivo y sin hacer apariciones públicas y tenía ganas de volver a pisar un escenario y ponerme detrás del micrófono.

Pero a medida que el tiempo pasaba comencé a dudar. ¿Pintura? Yo no tenía ni idea de pintura, ni siquiera conocidos aficionados a este arte, por lo que acudí en ayuda de B y P, también antiguas alumnas con la esperanza de que se animaran a participar y de paso, convocaran a conocidas suyas para ir rellenando el elenco de participantes.

La actividad iba tomando forma. Había que seleccionar libremente una obra de arte de cualquier época y escribir un texto poético sobre ella para leerlo a la vez que esa obra se proyectara al público. Teníamos evento definido y gente para llevarlo a cabo pero yo seguía con mi problema inicial. Seguía sin tener ni idea de arte. Y seamos realistas... ya estoy muy mayor para ponerme a estudiar.

Afortunadamente parecía que el concepto de "arte gráfico" abarcaba elementos desde las pinturas rupestres de Atapuerca hasta el diseño digital, lo cual me daba un margen más que aceptable para basar mi intervención en el cómic, algo que sí conozco. Comencé a rebuscar desesperado entre mis estanterías y entre Tortugas ninja, Bola de Drac, Hokuto no Ken y Mutant Chronicles encontré los cuatro números de la primera edición española de "El Cuervo" de James O'Barr, una historia doblemente dramática, tanto en la vida real como en la ficción. Parecía que al final sí que iba a encajar en el evento, cerrándolo además ya que iría en orden cronológico y me lancé a la piscina. Figuradamente, por supuesto, ya que no sé nadar ni pienso aprender nunca.

El equipo casi al completo

Y llegó el día. Trece personas de edades variopintas. Trece formas de entender el arte. Trece voces únicas. Se apagaron las luces, se abrió el telón , y ante un público expectante comenzaron a desfilar, una tras otra, desgranando palabra tras palabra, siglo a siglo, personalidades, estilos, tormentos y romances. Esperando mi turno habría dado un brazo por saber qué estaba pensando ese público silencioso. ¿Les estaría gustando o mirarían impacientes sus relojes deseando que se encendieran las luces? Reconozco que me puse nervioso, y no por falta de costumbre a enfrentarme al público sino porque esta vez no dependía solo de mi. Mis doce compañeros terminaron sus actuaciones magistrales ante mis ojos y llegó mi turno. No había lugar para la improvisación ni el chiste fácil. No podía fallarles. Y recité lo mejor que pude esas palabras que escribí también de la mejor manera posible. Silencio, luego aplausos, todos reunidos para la foto y entonces al mirarnos detenidamente me di cuenta sin necesidad de esperar opiniones externas, que todo había salido de maravilla. Trabajamos como un equipo que a base de pasión y voluntad había creado un vínculo invisible, algo mágico, que por un momento se convirtió en algo infalible, indestructible, como el Sol Invictus que proclamó en su día Elagàbal.

Después de eso sonrisas de satisfacción, enhorabuenas, palmaditas en la espalda y apretones de manos. Hasta la próxima, tenemos que repetir y seguimos en contacto; pásame esas fotos, no sabía que esa era tu madre y hazme follou en instagram. Nos despedimos, humanos de nuevo, tras ese momento de divinidad. Y es que a veces sienta bien lograr esa conexión que te hace flotar, pero siempre es reconfortante encontrar un suelo en el que apoyar los pies.

Y aunque dicen que los buenos poetas son aquellos que queman sus obras tras recitarlas, yo no me considero uno de ellos y voy a exponer aquí la mía. 


Naciste de oscuridad, dolor, rabia,
zarcillos de sombras cubriendo toda razón.
Emergiste como una ballena herida por arpones oxidados,
tiñendo de rojo toda visión.

La noche en la que ese teléfono no dejaba de sonar,
las luces se apagaron y su imagen de desvaneció del presente/ y el futuro.
El instante en el que el latido cesó para ser sustituido por el tínitus agudo de un dolor que no haría más que aumentar.

Naciste de frío, miedo, vacío,
puño en alto clamando venganza.
Te hundiste como la ballena muerta que nadie reclama,
llenando de sombras el fondo del mar.

El día que el sol salió para todos excepto tu,
y aprendiste que aunque nunca llueve para siempre, hay manchas que jamás desaparecen.
El momento en el que el cuervo se metió en tu cabeza pidiéndote que no miraras/ a los ojos de la muerte.


PD: Quizás no he dicho que escribí un texto sobre una segunda obra, pero se trata de un olvido premeditado. Esta segunda la voy a ocultar en el escondite habitual.

lunes, 8 de abril de 2019

La importancia de la foto


El otro día estaba viendo (de reojo pero lo estaba viendo) uno de esos programas de famoseo y aparecía un señor denunciando una supuesta campaña de marketing fraudulenta orquestada por un famosete de tres al cuarto ahora convertido en “exitoso” disc jockey. Por lo visto ese famoso, bien situado económicamente, había comprado varias actuaciones, además del público para que la gente creyera que estaba triunfando cuando en realidad no era así. ¿Y por qué querría alguien comprar un supuesto éxito? Supongo que por temas de ego, autoestima, falta de tiempo, exceso de dinero o, como es el tema del que quiero hablar hoy aquí, publicidad.

Hoy en día las redes sociales lo salpican todo. Cuando vemos un nombre desconocido en alguna parte solo tenemos que sacar el móvil de nuestra riñonera, escribirlo en el Google y a no ser que se trate de algún outsider, tendremos su foto y sus datos básicos en la palma de nuestra mano. Y con ello tendremos también una primera impresión. ¿A qué se dedica? ¿Como viste? ¿Cuales son sus inclinaciones políticas e ideológicas? Y es por este mismo motivo, por esta dualidad entre el exhibicionismo y la ausencia de privacidad que todos mostramos nuestra mejor cara en las redes. Y al tema escritura me remito.

Perico de los palotes, escritor. Por poner un ejemplo, ya lo habréis notado. Le buscamos en el google porque vamos a compartir mesa con él en una firma, feria o lo que sea y vemos su instagram. Aparece un señor hablando por un micrófono ante una audiencia que le escuchan expectantes, luego en la puerta de una librería donde tiene una estantería para él solito exhibiendo su libro, otra firmando ejemplares a una pareja que le miran con ojos amorosos de fan devoto, exhibiendo muy serio un contrato editorial, en una entrevista en la Cadena Cope… Y pensamos “este tío lo peta”.
Luego nos encontramos con él y tras un rato hablando descubrimos que esa audiencia de la presentación era su familia y amigos, el de la librería le colocó la estantería solo para hacerse la foto, la pareja que le pedían el autógrafo su hermana y cuñado, el contrato editorial era de una empresa de servicios editoriales y lo de la radio… Un amigo de su mujer trabaja allí y la emitieron un miércoles a las cuatro de la madrugada.
Y entonces descubrimos que ese señor que parecía estar en la cima del mundo en realidad es otro miserable que pelea por lograr una venta, algo de reconocimiento y visibilidad y que sin el apoyo de sus allegados más le valdría escribir en un blog y dejarse de ínfulas literarias.

“Qué cabrón Perico de los Palotes, como engaña a la gente” podríamos pensar, pero seguramente con un rápido vistazo a nuestras propias redes sociales descubriríamos que nosotros hacemos lo mismo al fin y al cabo. Ponemos la foto familiar de ese día que fuimos a Disneylandia en lugar de la comida a base de sobras recalentadas del domingo pasado, el descenso en mountain bike que nos marcamos hace quince días con ese equipo que ya no nos hemos vuelto a poner, en lugar del habitual paseo con las niñas por el carril bici y si nos metemos en el tema literatura… Nadie le pide al fotógrafo que saque una de las sillas vacías, la gente que lee otros libros o de tu cara de desesperación en esa feria del libro en la que nadie se acerca a ti ni para saludarte.
Nadie quiere fotos de la normalidad. Hay que mostrar, lógicamente el lado brillante. Y volvemos al famosete de antes.

El famosete compra una foto de éxito donde no lo hay. El fotógrafo hace su trabajo y no le acompaña a su casa a retratar como se come un plato de macarrones con tomate. Pero ese famosete sube a Twitter la foto diciendo “Llenazo total esta noche en la sala Tal” y el público se creen que así ha sido, que si ha acudido tanta gente será porque ese tipo al fin y al cabo sabe, que qué pena no poder haber acudido y con un poco de suerte a la próxima ocasión no fallarán. El marketing va dando sus frutos. Si a ese escritor le entrevistan en la Cope será por algo, habrá que acercarse a su próxima presentación no sea cosa que nos estemos perdiendo algo importante.
Y así estamos, añadiendo la profesión de actor a cualquier otra que tengamos, sacando fotos y contando anécdotas en el lado de la luz y reptando cuales gusanos por los rincones cuando los focos se apagan. Soñando con meternos en una crisálida para reaparecer alados y coloridos cuando no queremos darnos cuenta que nosotros no somos gusanos de esos. Somos de los que son siempre gusanos y solo vuelan cuando caen por el borde de la mesa.

Pero qué bonitas las fotos puestas en el Instagram así ordenaditas para que todos vean lo que nos lo curramos y como molamos.

Amor de primate. Una breve novelita de muy pocos megabytes.

Hay quien dice por ahí que los buenos tiempos del papel ya han llegado a su fin; que entre pdfs, kindles, podcasts y audiolibros, el libro t...