Hace poco vi anunciado en una red social un taller de escritura
creativa que me llamó la atención, no por el taller en sí, sino
por algunas características externas que he creído interesante
comentar en voz alta.
En
primer lugar debo decir que era un taller presencial, con lo que no
quiero quitar valor de aquellos que se realizan online, aunque parece
que eso le da cierta sensación de seriedad. En segundo me pareció
curioso que no lo impartía un solo profesor sino que aparecían los
nombres de al menos veinte escritores (todos desconocidos para mí,
aunque eso no significa nada) que me hicieron pensar en la dificultad
de impartirlo. Y no es que los escritores nos llevemos mal y nos
odiemos entre nosotros, que algunas veces sí, pero por un tema
puramente de estilo resultaría muy complicado
llegar a un consenso para dar una clase con cierta coherencia. Y en
tercero y último el precio del taller que ahora no logro recordarlo
con exactitud, pero era bastante elevado tratándose de algo como
“escritura creativa” que no proporciona más titulación que
quizás un diploma simbólico de esos que da un poco de vergüenza
colgar en la pared.
Por supuesto yo no
soy nadie para juzgar ese curso ya que no conozco más detalles, ni
asistí, ni nada más, pero el tema que me ha llevado a escribir esta
entrada lo hallé ni más ni menos en los comentarios que generó el
anuncio.
La discusión la
comenzó una persona que afirmaba que un taller dedicado a la
creatividad no era posible ya que se trataba de una característica
intrínseca de algunos individuos y que eso no se podía enseñar.
“Que alguien me explique como se puede enseñar a ser creativo”
decía “o se es o no se es”. No podía estar más en desacuerdo,
pero me abstuve de contestar ya que lo último que quiero en la vida
es discutir vía redes con personas que no conozco, pero sí seguí
el hilo para conocer la opinión de otras personas y me pareció
bastante sorprendente. Entre comentarios sobre lo inapropiado del
horario, lo elevado del precio y la pena de no haber contado con éste
u otro autor, había mucha gente que apoyaba esa idea de que la
creatividad no se puede enseñar y yo, de acuerdo solo en un ápice
de la frase, voy a contraatacar aquí.
La creatividad no se
puede enseñar, es cierto. Tratándose de un concepto algo abstracto
y difícil de medir resulta muy complicado hacer nada con ella que
resulte tangible y satisfactorio. Pero a pesar de eso sí se puede
“despertar”, “estimular”, “expandir” y “desarrollar”
entre muchas otras ideas. Ideas, repito, porque como he dicho hace
nada, no tenemos forma de saber si esas enseñanzas surten efecto o
no, más que siendo uno de los alumnos y comprobándolo en nuestras
carnes.
Todos somos
creativos en mayor o menor medida, eso es un hecho igual que el que
todos tenemos la capacidad de nadar aunque algunos nos ahoguemos en
un charco. ¿Se puede aprender a nadar? Si. Aunque en el caso de
desplazarse por la superficie del agua tenemos un acto físico y
tangible. Se ve a la legua quien sabe nadar y quién chapotea
desesperado mientras engulle litros de agua, algo que la creatividad
no nos proporciona. Pero todos tenemos esa capacidad y realizar
algunos ejercicios de concentración, desarrollo y sobretodo
estimulación a base de práctica ayudan a mejorarla, sin duda.
Por eso quiero
decir, ya como colofón final antes de meterme en mi cueva de nuevo,
que todos aquellos que duden acerca de si la creatividad se puede
enseñar/ aprender, traten de participar en algún taller, quizás no
tan caro y pomposo como el arriba descrito, ya que intentarlo no
cuesta casi nada y a veces que a uno le hagan cambiar de opinión
sobre un tema como este resulta doblemente edificante.
Completamente de acuerdo. La creatividad se aprende y se desarrolla de mil formas distintas, y por supuesto que se puede enseñar y trabajar.
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