Desde hace algún tiempo podemos fijarnos en la
proliferación de algunos antagonistas clásicos de la literatura y
el cine que se ven convertidos en protagonistas de sus propias
historias. El caso de la película Joker quizás sea el más visible
ahora mismo, pero en el ejemplo del cine hay otros muchos como Venom,
Maléfica o Hannibal Lecter entre
otros, al igual que pasa en la televisión, el teatro o la
literatura, como no. Incluso en obras que no están protagonizadas
por ellos, gran parte del público reconoce haber empatizado con la
sombría figura del antagonista incluso más que la del héroe o
heroína de turno. ¿Pero por qué pasa esto?
Hace poco leí un
artículo en internet que vinculaba esta tendencia a que cada vez
somos una sociedad más deshumanizada, menos empática y en
definitiva más enfocada al mal y el egoísmo. Y no digo que éste no
sea un mal argumento para un artículo de clickbait, pero yo tengo
otra teoría que quizás sea más sencilla y menos agorera. Y esa es
que los malos de las historias son, por pura necesidad de guion,
personajes mucho más completos que los protagonistas. Paso a
explicarlo.
Cuando estructuramos
una historia solemos hacerlo partiendo de unos puntos básicos como
son la ambientación (una ciudad futurista, un país medieval
fantástico, una pequeña provincia de Nueva Inglaterra en la época
colonial…), un conflicto (crisis medioambiental, una maldición
mágica, ataques de nativos salvajes…), un protagonista encargado
de solucionar el problema y un antagonista dispuesto a ponérselo
difícil. En esencia esta es la base de todo relato pero si queréis
que lo simplifiquemos más nos podemos meter en cualquier cliché y
así no nos complicamos tanto: Una tranquila aldea del medievo se ve
de pronto asolada por una maldición que hace que sus rábanos sepan
a estiércol y la única forma de salvar sus cosechas es entregando
una bella doncella al malvado brujo que vive en la torre de la
colina. Entonces llega nuestro aguerrido caballero en escena,
prometiendo librar a los pobres campesinos de esa amenaza para
siempre.
Para crear el
personaje del héroe deberemos tener en cuenta cosas como sus
motivaciones, su personalidad y ponerle algunos defectos o
debilidades para poder explotarlos luego en la historia y crear
tensión. Quizás tenga miedo a las arañas por un trauma de niño y
el brujo vaya a descubrirlo y usarlo en su contra. Pero en cualquier
caso y pase lo que pase, el héroe superará el reto, derrotará al
brujo y salvará a la doncella con quien se casará y comerán
rábanos para siempre. ¿Pero qué ha pasado con el brujo?
En
esta historia el héroe logra cumplir
sus objetivos de hacer el bien, salvar al pueblo, superar sus miedos
y debilidades y por lo tanto queda “quemado” a
nivel narrativo. Pero el villano es otro asunto. ¿Por qué era malo?
¿Qué le llevaba a comportarse así? ¿Quizás
no tuvo una infancia fácil o nadie le enseñó a controlar sus
poderes; puede que viviera frustrado, sin amigos, recluido en soledad
y que maldijera al pueblo entero en un desesperado intento por llamar
la atención? Y además, ahora que el héroe le ha derrotado y ya no
puede seguir viviendo en su torre… ¿Donde irá?
Como
podemos comprobar los personajes malvados acostumbran a poseer muchas
más capas que los buenos, abren muchos más interrogantes y tienen
objetivos mucho más difíciles de cumplir. Quizás por eso Nodoyuna
jamás ganaba una carrera, el coyote era incapaz de alcanzar al
correcaminos o el Rey Hielo era
incapaz de encontrar pareja. Porque sin ellos la vida del héroe no
tendría mayor interés. Y a mi propia obra
me remito como ejemplo.
Cuando
escribí “En busca de Wonderland”, relato incluido en mi segundo
libro “La onomatopeya del ladrido y otros relatos pulp” creé al
personaje de Villano (sí, no me devané mucho los sesos poniéndole
nombre) y me di
cuenta al final del cuento que me resultaba mucho más interesante
que la misma
pareja protagonista. Fue por ello que en
todos los relatos que han seguido la saga (actualmente publicados
“Regreso a Wonderland” y “Un pacto en Wonderland”) el
personaje de Villano ha tenido un papel principal, por encima de
cualquier otro. ¿Pero donde pretendo llegar con todo esto?
Como he dicho al
principio, que nos gusten los personajes malotes no significa que
nosotros lo seamos debido a la influencia de una sociedad
desnaturalizada si no que sencillamente suelen tener personalidades
llenas de sombras, conflictos por resolver y en definitiva y como
dirían los jóvenes de hoy en día, “movidas muy tochas” que
hacen que nos enganchemos a ellos y queramos saber más.
Nota final
aclaratoria: En todo momento en esta entrada me he referido a
malvados de ficción, es decir personajes que no existen en la vida
real y que por lo tanto podemos romantizar sin problemas. En el mundo
real, a la mala gente ni agua.