Cuando
escribimos siempre tendemos a buscar la originalidad, descubrir
nuevas tierras sin explorar y alejarnos lo más posible de textos
conocidos para así lograr sorprender al lector con algo fresco,
nuevo y original. Pero desgraciadamente vivimos en un momento en el
que casi todo está inventado ya, no nos queda ni un rincón por
explotar y aquello que todavía no se ha mostrado generalmente tiene
una razón de peso para ello.
Existen
estudios de mercado que determinan qué es lo que el público quiere
leer y muchas veces nos encontramos con grandes éxitos literarios
que no son más que refritos de otros éxitos anteriores, que a su
vez tienen precedentes similares. ¿Pero por qué sucede esto? ¿Por
qué las ideas arriesgadas y originales fracasan ante otras que nos
parecen mucho más vulgares y simples? La respuesta está en los
arquetipos y los clichés. No hay que confundir ambos términos y por
ello trataré de explicar cada uno por su lado.
Un
arquetipo es un modelo básico de expresión artística. Es como un
maniquí sobre el que el sastre colocará las telas que va a tejer;
éste le proporciona el patrón a seguir, las medidas y le servirá
de soporte, pero en ningún caso será el resultado final. En la
literatura a los arquetipos hay que cubrirlos con historias,
situaciones, personajes y diálogos; hay que darles vida vistiéndolos
con nuestra prosa, pero no podemos ignorarlos porque son modelos a
seguir y que funcionan. Si ese sastre decide utilizar un maniquí con
tres brazos y cuatro piernas, por muy original que le quede el
vestido que confeccione, difícilmente va a encontrar a alguien que
selo compre. Pero voy a poner un ejemplo para que todo el mundo me
entienda.
El
Equipo A. Esa serie que triunfó en los años 80 y que todos hemos
visto (o hemos visto hipnotizados a nuestros padres o abuelos ante la
tele) en algún momento. La serie consistía en un grupo de
mercenarios fugados de la cárcel que cada vez que llegaban a un
pueblo con problemas ponían todos sus conocimientos y habilidades en
marcha para derrotar al villano de turno, que solía ser una banda de
maleantes con aviesas intenciones. Y así eran todos los episodios.
Todos iguales, historias autoconclusivas con elementos repitiéndose
una y otra vez… ¿Pero por qué gustaba tanto esa serie? ¿La gente
de los 80 era idiota? Algunos sí, sin duda, pero no podemos
generalizar y menos en estos tiempos en los que vuelan los
(diccionarios) de VOX. El secreto del Equipo A era que se trataba de
un arquetipo puro y duro. Analicémoslo.
La
historia del pueblo oprimido por un tirano sin escrúpulos es la
misma historia que encontramos en la aldea asediada por un feroz
dragón, la del granjero que no quería entregar a su hija a ese
malvado capitán, la de… Y los miembros del Equipo A… ¿Los
recordáis? Aníbal representaba la inteligencia y el liderazgo,
Fenix la belleza y el carisma, MA la fuerza, Murdock el arrojo…
Juntos aunaban las virtudes básicas del héroe clásico, el
caballero que derrotaría al dragón o que vencería al capitán en
duelo singular.
Al
final El Equipo A era un arquetipo clásico disfrazado, un argumento
que viene funcionando desde que el mundo es mundo y los primeros
homínidos contaban historias junto al fuego. El Equipo A era una
apuesta segura y por eso funcionó. No hay nada de malo en ello; es
darle al público lo que quiere: entretenimiento, un relato donde el
bien vence al mal, esperanza, emoción al ver a los malvados morder
el polvo…
Ahora pensad en cuantas series/ películas/ libros os habéis encontrado con ese mismo arquetipo. Seguro que muchas. Ahora me vienen a la cabeza (por seguir con la televisión de los 80) El coche fantástico, Chuck Norris, Supermán, Los 7 magníficos…
Y
ya está. Fácil. ¿No es así? Pues no tanto porque ahora hay que
tratar de no caer en clichés. ¿Y qué es un cliché?
Un
cliché es una fórmula, una idea, una justificación que está tan
utilizada (y muchas veces desactualizada) que llega a ofender al
lector. Es coger nuestro maniquí desnudo y ponerle unos tejanos y
una camisa blanca por dentro. Encontraremos clichés como los de la
princesa que se enamora del príncipe rescatador, el malvado que
muere riendo como un loco y sin atisbo de arrepentimiento ni
motivación por lo que hacía, el comer perdices al final, los
protagonistas huérfanos que quieren vengar a sus papás...Los
clichés son cosas que quizás triunfaron en su momento pero que
precisamente por repetirse tanto han perdido el sentido y cualquier
lector/ espectador medianamente curtido encontrará aburrido,
predecible y seguramente le hará despreciar nuestra obra. Hay que
huir de los clichés como de la peste. ¿Pero como lograrlo?
Evitar
los clichés puede ser algo complicado, especialmente si somos
autores noveles y/o si buscamos escribir una historia simple, quizás
un relato corto o novela breve. Es tan fácil caer en un cliché como
esquivarlos tan torpemente que el lector note que algo raro pasa.
Algunos buscando alejarse de ellos acaban creando historias tan
rebuscadas y rocambolescas que terminan siendo un contracliché y eso
queda mal. ¡Oh, al final la princesa era mala y el dragón con su
último aliento le declara el amor al caballero que no pudiendo
soportar el dolor de la situación se arroja a un foso y el rey
decide casar a su hija con el caballo y..! No. No nos compliquemos.
Una
buena forma de salir airosos de algo así es retorcer el cliché para
crear una historia creíble y fresca. Me viene a la mente “Shreck”,
en la que el héroe era el ogro y la princesa enamorada no era lo que
se esperaba de ella. Un relato típico con unos giros sorprendentes.
Un arquetipo bien dirigido, sin obviar los clichés pero girándolos
a favor. También me viene a la cabeza “Un pacto en Wonderland”,
mi nuevo relato que… ejem, ejem, de acuerdo, ahora no toca
publicitarme (pero tenedlo en cuenta) así que dejo aquí los
ejemplos.
Resumiendo:
Arquetipo bien, cliché mal. Un arquetipo es algo casi indispensable
para lograr dirigir un relato a buen puerto, mientras que un cliché
es lo que debemos evitar si no queremos que los lectores salten del
barco.
¿Queréis
el consejo de un escritor de éxito? A Ray Bradbury me remito:
“Escribe
un relato a la semana durante
un año. Es imposible escribir
52 relatos malos seguidos.” No
viene muy a cuento, pero me parece una genialidad de idea.
Verdad, verdadera.. Me propuse un poema al día... No lo cumplí😏.. Pero mientras duro, fue precioso.. Y fruto de ese hábito nacieron algunas cosas chulas... Ahora deseo acabar con el barbecho creativo en el que me encuentro🤦♀️🧘♀️..
ResponderEliminarMuchas gracias, buenísima reflexion
Aunque suene a rollo y le quite algo de "magia" a esto de escribir, lo cierto es que los hábitos son esenciales.
EliminarGracias a ti por leerme.