Reconozco
que recibí la invitación a las “Jornades de les lletres ebrenques” con cierta
frialdad, en primer lugar por mi desconocimiento de las mismas y en segundo por
aferrarme a esa famosa paradoja de Groucho Marx que decía “Nunca formaría parte
de un club que aceptara a alguien como yo como miembro”. Aunque cuando digo
frialdad no digo desánimo, resignación ni nada por el estilo, solo que si
hubiese conocido la magnitud de esas jornadas de antemano, seguramente me
habría alegrado muchísimo más en un primer momento. Pero pongámonos en el lugar
de las mismas.
El
epicentro de las jornadas está situado en la Biblioteca Sebastiá Joan Arbó, en
la localidad de Amposta, capital de la comarca más al sur de Cataluña. En esa
biblioteca se reúnen desde hace ya doce años, personas que se dedican a la
literatura y al arte en general, las cuales durante los dos o tres días que
duran, realizan todo tipo de actividades no solo literarias si no también de
cualquier otra expresión artística como la pintura, la música, el teatro… Como
he dicho, yo lo desconocía pero las “Jornades de les lletres ebrenques” llegan
a reunir a más de medio centenar de autores cada año, contando con algunos de
renombre, además de autores noveles, entre los cuales yo me encontraba.
Como
decía más arriba, recibí la invitación a las mismas con cierta frialdad, pero
ésta se disipó al poder ver el cartel de actividades, el nivel de los autores
invitados y el hecho de que incluso los autores noveles dispondríamos de tiempo
para promocionar nuestras obras. Pero me dejo ya la teoría y voy a relatar mi
breve paso por las mismas.
Al
vivir lejos de Amposta y trabajar entre semana, no pude asistir al acto
inaugural ni a las primeras actividades, entre las que destacaría una lectura
de microrrelatos a cargo de alumnos del instituto. Me gustan especialmente los
microrrelatos y sabiendo que están escritos por chavales la cosa se hace
doblemente atractiva ya que creo que en esta forma de expresión literaria puede
verse el talento y la imaginación de un autor sin todos los condicionantes
técnicos que posee una novela, por ejemplo. Los microrrelatos son literatura en
bruto, pequeñas explosiones de creatividad que no pueden pasarse por alto.
Además, y como curiosidad, pude leer en Internet que éstos se escribieron en castellano,
un dato significativo estos días en los que se pone tan en duda al sistema
educativo catalán.
Otro
acto destacable era una charla que debía realizarse con el escritor Rafel Nadal
sobre su última novela, la cual tuvo que modificarse debido a la ausencia de
éste por la muerte de un familiar directo. Al final la charla con el autor se
convirtió en una mesa redonda para hablar de él y de su obra, demostrando que
si uno se lo propone, incluso ante un percance de tal magnitud, puede salvarse
el día.
Mi idea
era llegar el sábado a media mañana, pero por causas que todavía desconozco
(¿Agujeros de gusano? ¿Tempus fugit? ¿Mucho tráfico en la carretera?) no
aparecí por allí hasta la una del mediodía. Llegué justo a tiempo para asistir
a una mesa redonda en la que se hablaba del panorama literario de la zona,
otras jornadas, se presentó un videojuego creado por una estudiante y basado en
la historia de la localidad y lo que más me llamó la atención: La presentación
de dos cortos basados en dos microrrelatos de un autor (o autores) local (o
locales). Esto último me hizo fantasear un poco con la idea de ver algún día
uno de mis textos llevado a la pantalla; no eran de oscar ni mucho menos, pero
sí una forma creativa de hacerlos llegar a un público que quizás de otra forma
no repararía en ellos.
Cuando
terminó el acto salimos pitando a comer, pero antes quise pasarme por la mesa
donde se exponían (para su venta) los libros de los autores asistentes. Cual
fue mi sorpresa al ver a uno de los que habían presentado los cortos, hojeando
uno de mis libros, lo cual me dio el pretexto perfecto para presentarme y
hablar sobre la posibilidad de trabajar juntos. Al final no tuvimos tiempo de
profundizar demasiado, pero siempre es bueno tener un primer contacto.
Luego
vino una comida literaria, que es como una comida normal, pero en la que solo
hay escritores o personas relacionadas con este mundillo. Yo llegué de los
últimos y casi no quedaban sitios libres, así que me senté en la única silla vacía
que vi. Cual fue mi sorpresa al encontrar frente a mi a un viejo amigo de
cuando tenía 16 años, el cual lleva publicadas dos o tres novelas y que ni yo
sabía que escribía ni él que lo hacía yo. Fue un reencuentro fugaz, ya que en
terminar de comer salió pitando, pero me hizo pensar en lo largos que son a
veces los tentáculos de la literatura. Por no decir eso de que el mundo es un
pañuelo, que está ya muy visto.
Después
de comer llegó mi momento de gloria, en el que una decena de nuevos (y no tan
nuevos) autores disponíamos de cinco minutos cada uno para hablar de nuestra o
nuestras obras. Y como no podía ser de otra manera siendo yo, sentí que había
metido la pata al instante. Llevaba una semana preparándome un pequeño discurso
en el que pretendía criticar los peinados de los escritores, cosa q1ue me
parece totalmente necesaria en estos tiempos que corren, pero en el último
momento decidí cambiarlo por otro, más breve, por si no me daba tiempo, y no
fue la mejor idea del mundo. Soné inseguro, me dejé un fragmento en algún
momento y al final quedó tan breve y soso que decidí leer uno de los
microrrelatos de mi anterior libro. Mi idea era, y siempre es, marcar un poco
la diferencia con los otros autores. Yo no soy escritor, así que no puedo
hablar de técnicas narrativas, de estructuras gramaticales ni otras cosas
técnicas, por lo que siempre abogo por el humor, las anécdotas sacadas de
quicio y otros trucos sucios que guardo en la manga. Esta vez no salió como
esperaba pero no fue nada especialmente grave.
Lo
siguiente fue una charla que me salté, ya que me encontré con una vieja amiga
con quien tenía muchas cosas que hablar y que contar y las jornadas cerraron
con la actuación de “Lorquianas”, unas chicas que combinaban la literatura con
la música y el teatro en una actuación realmente estremecedora, en el buen
sentido de la palabra.
Y la
cosa terminó, dejándome una sensación agridulce por mi breve actuación, pero la
enorme satisfacción de haber formado parte de algo grande, bello y
significativo.
Un día muy completo. Tuvo que ser emocionante.
ResponderEliminarAsi es.
EliminarA ver si me dejan repetir...