lunes, 19 de diciembre de 2022

Balas Verdes, el cómic.

 


Dedicarse a escribir a tiempo completo debe ser algo realmente productivo, ya sea desde el punto de vista económico o simplemente a nivel creativo. Siempre he creído que la escritura al igual que el deporte, mejora con la práctica y languidece con el desánimo y la inactividad. Por eso en parte envidio a esas personas que bien sea porque les resulta rentable o porque sus ingresos vienen de otra parte y disponen del 100% de su tiempo, pueden escribir de forma continua, regular y además marcarse retos y objetivos a medio y largo plazo. Y yo, obviamente, no soy una de esas personas.

Si queda alguien leyendo este blog sabrá que mis últimas entradas han sido algo más tristes que las escritas hace unos años, además de escasas, y eso se debe a mi incapacidad para mantener el ritmo de escritura que sí tenía cuando publiqué “La onomatopeya del ladrido…” y “Nuestro último tesoro”. Aquellos tiempos en los que quería demostrar al mundo de qué era capaz ya quedaron atrás, dejándome en un éstasis de apatía propiciado por los tiempos convulsos de la pandemia y también el escaso interés de un público que fue decreciendo, supongo que en detrimento de sus nuevas necesidades, lo obsoleto de mis formas de promocionarme y por qué no decirlo, mi incapacidad para renovarme y ofrecer algo más acorde a los nuevos tiempos.

Pero dejar de escribir nunca ha sido una opción para mí. Por eso he seguido haciendo cosas, a otro ritmo, en otros contextos, pero siempre siendo fiel a mi mismo y siendo consciente de que lo que hiciera debería ser para proporcionarme satisfacción más que una recompensa monetaria. Y en este tiempo he conseguido guionizar mi propio espacio en la televisión local con un programa dedicado a la literatura, publicar en una revista también de ámbito local algunos relatos breves, y finalmente escribir algunos guiones de cómic, uno de ellos de forma remunerada. Y es aquí donde quiero detenerme porque si puedo afirmar que me siento realmente satisfecho con uno de estos trabajos, éste es Green Bullets, un webcomic en el que trabajo actualmente junto al dibujante Ramon Sarlé y del que estoy especialmente orgulloso.

Green Bullets (balas verdes) nació justo de esa apatía propiciada por el encierro, esa sutil desgana por marcarse metas elevadas y por qué no decirlo, como un pequeño acto de rebeldía; convirtiéndose en un trabajo realizado a fuego lento, con tiempo para analizar, corregir y publicar, sin esperar nada más a cambio que la satisfacción personal. Y su éxito, aunque esta palabra se haya convertido en sinónimo de dinero y no es el caso, se debe precisamente a esto: la calma. Tanto Ramon como yo teníamos ganas de trabajar en algo juntos, pero sin presiones, meditando bien cada línea y cada trazo, para convertirlo en un trabajo bien mimado pero a la vez libre y sin ataduras ni presiones externas.

 

Su argumento nos cuenta como una mina en la que se halla un extraño yacimiento de oro verde es explotada por un hombre de negocios sin escrúpulos a pesar de tener la certeza de que ese mineral causa extrañas mutaciones en los seres vivos y como tres héroes se disponen a enfrentarse a él para parar su megalomanía. Y es así, sin más florituras como el relato mezcla el western más tradicional con el misterio sobrenatural de aquello que una vez cayó del espacio.

Obviamente y por los motivos arriba expuestos, el cómic no cuenta con edición física ni con todo lo que ello conlleva (presentaciones, ventas, promoción agresiva…) y por ello se puede leer de forma gratuita en plataformas destinadas a ello como Faneo o Webtoons. Así que quedáis invitados a daros un paseo por las páginas de Green Bullets y no olvidéis, si es que el cómic os gusta, darle un like o dejar un comentario, ya que eso siempre se agradece.

Un saludo y hasta la próxima entrada.

domingo, 13 de febrero de 2022

Malos tiempos para la lírica.

 

Hace unos meses sufrí un pequeño desengaño. Y no lo digo desde la ingenuidad de ese autor novel que cree que va a comerse el mundo con su opera prima para descubrir que nadie apuesta un duro por él, sino como alguien que acostumbrado a que le den bofetadas por todos lados, cree estar haciendo las cosas bien, ya aún así recibe. Pero me dejo de metáforas y voy al grano.

Empecé el año 2021 con ganas, tal y como puede leerse en la anterior entrada de este blog. Con un programa de televisión quincenal, colaboraciones en una revista de publicación semestral y escribiendo y publicando en redes de forma regular, encontré la forma de conciliar mi vida personal, profesional y artística a pesar de las restricciones impuestas por la situación (léase covid en la wikipedia) y como no, esperando como todo el mundo a que todo esto terminara. Porque escribir está muy bien, y publicar es una maravilla, pero donde yo me siento realmente cómodo es actuando frente al público y precisamente eso es lo costoso de conseguir. Entre las mascarillas, los aforos limitados y otras pegas que se sumaban a la ya escasa disposición de la gente en salir de sus casas para ir a escuchar a un señor que escribe, organizar eventos se me antojaba imposible. Imposible hasta que empecé a urdir un plan maestro.

Quise aprovechar mi relativa popularidad local en televisión (cuando la gente te para por la calle para decirte que le encanta tu programa, te da la sensación de que les gusta lo que haces), la reducción de medidas anticovid del verano y que el buen tiempo invita a salir, para sacarme de la manga una vieja idea en forma de monólogo y buscar una pequeña aproximación con el público, sin tratar de venderles nada (aunque la opción la tendrían) y sentir que esto que hago tiene algún sentido. Finalmente busqué un local céntrico y agradable donde pertrechar mi plan y todo estaría listo para el gran día.

 

Hasta cinco minutos antes del evento ninguna novedad: Nervios mientras repaso el guion, los habituales saludándome y tomando asiento, cuento seis, ocho, diez personas de momento en el público, todas ellas caras conocidas, pero espero que lleguen más. Llega la hora de empezar y no hay nadie de fuera de mi círculo. ¿Y quienes ven mi programa? ¿Y toda esa gente que acudieron a eventos anteriores y me pidieron que no tardara en el siguiente? Espero los cinco minutos de rigor y nada, parece ser que no va a venir nadie más. Y la cosa no sale mal, el público se lo pasa bien, se venden unos cuantos libros y todos nos marchamos a casa satisfechos. O relativamente satisfechos. Porque al cabo de un par de semanas se emite el monólogo en la televisión local y parece que todo el mundo lo ha visto… pero nadie se dignó a tomarse la molestia de levantarse del sofá.

Y reconozco que me da mucha pena, a pesar de que yo actúo igual, acudiendo a actos solamente cuando me resultan ineludibles por compromiso, y apoyando a artistas locales a través de redes sociales y poco más. Y es por ello que me pregunto si realmente no será que los tiempos han cambiado y que los tontos somos los que remamos a contracorriente.

Amor de primate. Una breve novelita de muy pocos megabytes.

Hay quien dice por ahí que los buenos tiempos del papel ya han llegado a su fin; que entre pdfs, kindles, podcasts y audiolibros, el libro t...