viernes, 30 de marzo de 2018

La onomatopeya del ladrido: Valoración y fin de una etapa.




Llevo retrasando este momento desde hace unas semanas, pero supongo que es inevitable. El tiempo de promoción de mi último libro “La onomatopeya del ladrido y otros relatos pulp” ha llegado a su fin y es el momento de analizar la experiencia, hacer balance económico y sacar conclusiones. Es un mal necesario, y utilizo la palabra “mal” porque lo ideal sería despreocuparse de estas cosas y simplemente disfrutar de lo positivo y estudiar lo negativo con ánimo de mejorar, pero hay cosas que son difícilmente mejorables teniendo en cuenta qué implica la autoedición y ello hace que siempre quede un regustillo a “podría haber sido mejor”. Pero no me enrosco más y voy por partes.

1: El objetivo del libro
Algo que siempre remarco cuando alguien me pregunta o me pide consejo para escribir/ publicar es que tengan claro a dónde quieren llegar con lo que van a escribir. Antes de apoyar por primera vez el boli sobre el papel o pulsar la primera tecla con el Word abierto hay que enfocar. No hay que escribir lo mismo si uno sueña con tener un libro publicado que poder regalar (o vender) a sus amigos y familiares, que si lo que pretende es hacerse famoso y vivir de la escritura. En el primer caso vale cualquier cosa; uno puede escribir su biografía, sus experiencias como jugador de fútbol sala o sus ideas más interiores. En el segundo caso es necesario hacer algún estudio de mercado, buscarse una editorial y escribir no aquello que uno mismo quiere si no lo que el gran público espera. Ambas opciones son válidas, respetables y elogiables, pero en mi caso tenía muy claro cual era mi objetivo: Escribir lo que me viniera en gana, en este caso relatos de ficción libre y tratar de alcanzar un publico mas amplio que con mi anterior libro, rompiendo la barrera de amigos/ familiares. Es por ello que invertí más dinero para tener un libro con un acabado profesional y saqué una tirada mayor. ¿El resultado? Éxito a medias.
   Es cierto que rompí esa barrera que deseaba, pero lo que encontré detrás no fue el campo abierto para que mi libro echara a volar si no otras barreras que derribar. Mi libro se vendió a través de Internet y alcanzó a personas fuera de mis círculos habituales, pero en casos muy puntuales. Logré el apoyo de medios como páginas web, blogs y canales locales de radio y televisión, pero eso se tradujo en un número mínimo de ventas y al final donde conseguí aumentar éstas fue, como siempre en el cara a cara de las presentaciones, algo que día a día trabajo para mejorar.

2: Las ventas
En la mítica Ateneo (Alicante)
Uno nunca sabe cuántos libros se van a vender, así que a la hora de ajustar la tirada y el precio por ejemplar (y calcular cuántos hay que vender para que la cosa quede amortizada) hay que dejarse llevar por la imaginación. Quedarse corto es malo ya que si se agotan las existencias habrá que reimprimir, seguramente una tirada inferior y ello aumentará los costes de cada ejemplar y por lo tanto reducirá el beneficio de las futuras ventas… Pero pasarse con la tirada puede implicar que nos quedemos con cajas llenas de libros en nuestra casa que jamás se van a vender. Lo ideal es acertar una cantidad en la que podamos recuperar la inversión realizada con un número fácilmente vendible de ejemplares y que nos sobren los suficientes para futuras demandas. ¿Lo logré? No.
Saqué una tirada de 200 ejemplares esperando vender algunos más de 100 durante la promoción (gente cercana, presentaciones, librerías e internet), lo cual teniendo en cuenta ejemplares para regalar (no se lo voy a vender a mi padre) y para enviar a páginas que pudieran promocionarlo me dejaría con unos 50-70 ejemplares para guardarme. Pero no llegué a esa cifra de ventas, quedando cojo en lo que a la venta online y librerías se refiere y con poco más de un centenar de libros en mi casa.
   En estos momentos y sin más presentaciones ni eventos a la vista me he quedado a las puertas de recuperar lo invertido y con un exceso de libros guardados. No es mal de morir, lo sé, pero no es lo esperado.

3: Las conclusiones
Siempre había oído que el segundo libro costaba de vender, pero no pensé que tanto. La sensación que me queda es que el camino de la autoedición es complicado y que uno debe ingeniárselas para salir adelante con cierta dignidad. Hay que trabajar duro, en el libro pero también en la promoción, las presentaciones y como no en las redes sociales, blogs etc… Yo no puedo dedicarme a estas dos últimas cosas como me gustaría ya que tengo otras obligaciones en la vida, pero tampoco dejarlo abandonado. Pero llevo mucho rato hablando de dinero y a pesar de eso no es lo más importante.     Durante la promoción de este libro he tenido experiencias magníficas; he conocido a gente increíble (escritores, bibliotecarios, lectores, libreros, periodistas, blogueros…); me he reencontrado con viejos amigos y amigas que han venido a mis eventos y hemos aprovechado para ir a tomar algo; he roto algunos de mis miedos y tabúes al enfrentarme al público y a las cámaras… En definitiva, ha merecido la pena.


4: Planes de futuro
Por supuesto. ¿He dicho ya que ha valido la pena? Ahora mismo estoy trabajando en la segunda parte de “La onomatpeya del ladrido…” pero debido al problema de las ventas y la visibilidad, no la publicaré en formato libro si no de una forma distinta. ¿Cómo distinta? Eso es algo que ya explicaré en breve. Al fin y al cabo esta entrada era solo para hablar de valoraciones. Estad atentos porque muy pronto informaré de novedades.

lunes, 19 de marzo de 2018

Sobre cierta estrategia de venta.




Ayer mismo estuve dando un paseo por un conocido centro comercial cuyo nombre no transcribiré aquí por innecesario y como suelo hacer, me pasé por la sección de literatura la cual siempre me hace pensar, especialmente desde que me metí en este “fregao” de autopublicarme.
Al contrario de lo que sucede en una librería convencional en la que los dueños de local deciden qué libros exponen en sus escaparates y estanterías con cierto criterio y subjetividad, en las grandes superficies los libros se encuentran clasificados con “rankings” de los mas vendidos, estanterías de “clásicos” y algunas veces grandes jaulas con libros de “saldo” echados a granel. Pero antes de desgastar la tecla de las comillas, quiero dejar claro que esta entrada no irá sobre la organización de los libros, en la cual no voy a meterme, si no en la forma que han adquirido algunos para publicitarse. Así que seguid adelante porque no podréis dejar de leer esta entrada. ;)

El caso es que mirando los libros expuestos en una sección dedicada a publicaciones de youtubers de éxito (un tema que me apasiona y me da pena por igual), me encontré con una frase que aparecía en muchos de esos libros. “Una novela que te mantendrá enganchado hasta su sorprendente final”, “No podrás despegar los ojos de las páginas hasta que termine” o incluso y atención a esta crítica de un lector “Devoré sus páginas como si fuesen pipas” me hicieron pensar que algo estaba pasando.
Hablé un poco de ello en mi anterior entrada sobre los “spoilers”, pero creo necesario el repetirme un poco: un buen libro es una buena historia. No hay más. Ni menos. Un buen libro es el que se disfruta de principio a fin, capítulo a capítulo y párrafo a párrafo, no el que te tiene esperando el giro sorprendente del final. Ahora mismo me vienen a la cabeza algunos títulos como Cien años de soledad de García Marquez, en el que marqué algunos capítulos para leerlos periódicamente, La balsa de piedra de Saramago que contenía un párrafo magistral hablando sobre la vejez y que leí como diez veces antes de continuar y autores que cuidan cada palabra como Tibor Fischer, mi adorado Boris Vian y muchos otros.

Y es que las palabras no son pipas que devorar, ni un tobogán en el que deslizarse con los ojos cerrados hasta el final, ni por supuesto algo que menospreciar en pos de conseguir mayor numero de ventas con la promesa de una lectura rápida y fácil. O al menos así es como me gusta verlo a mi, quizás por ser un romántico condenado a escribir para minorías o por rechazo a la gran industria literaria que ha perdido el alma en su imparable avance.
Pero cuidado, que no estoy tratando de deciros qué leer. No dudo que entre libros del Rubius, Auronplay o Rebeca Stones puedan esconderse verdaderas joyas, pero no seré yo quien lo compruebe. No mientras traten de llamar mi atención con eso de que voy a devorar las páginas y no podré para de leer compulsivamente. Así no, por favor.

domingo, 4 de marzo de 2018

Sobre los certámenes literarios




La primera vez que participé en un concurso literario fue hace casi veinte años. Recuerdo perfectamente cuando le comenté mis intenciones a Clara, mi mentora y guía en este mundo y como ella desde detrás de la mesita que hacía de mostrador en su pequeña librería de estanterías abarrotadas me decía eso de “Adelante, pero no te desmoralices si no ganas, que hay mucho concurso amañado ahí afuera”. Tal idea me resultó realmente chocante. “¿Concursos literarios amañados? Imposible.”, pensé. Y es que para mi la literatura era ese campo sagrado, intocable, incorruptible, y pensar en trampas o malas prácticas era como rebajarlo a la altura del fútbol o similar. Cuánto me quedaba por ver…

La cuestión es que empecé con buen pie. El primer concurso en el que participé, que era un certamen literario con cierta trayectoria, quedé finalista con un relato que veinte años después rebautizaría como “De motores y monjas” y añadiría a mi primer libro “Textos de mediocridad e hiperrealismo”. No recuerdo si llegó a publicarse en una antología con varios cuentos seleccionados ya que en esa época mi acceso a internet era muy limitado y debía hacerlo vía pedir favores a algunos amigos que si estaban conectados. La cuestión es que tal posición me animó a seguir participando con asiduidad, quedando finalista, seleccionado o mencionado honrosamente en algunos casos o fuera de juego en muchos otros. Recuerdo que una vez me llamaron de una editorial para publicarme un relato en una antología, oferta que rechacé por ese orgullo juvenil del “quiero mi propio libro” el cual no me reprocho. Otra vez me publicaron un microrrelato en una recopilación de otro concurso… Era bastante optimista en esa época acerca de mis posibilidades de ganar alguna vez, pero no tardé en desengañarme.

El primer paso hacia esa decepción sucedió cuando empecé a leer los relatos ganadores de los concursos a los que participaba. Muchos de ellos parecían seguir un patrón más que ser obras completamente originales. Básicamente habían tres temas que se repetían en un gran número de relatos ganadores: Padres o madres con alzhéimer, niñas abusadas sexualmente por sus progenitores y violencia de género. ¿Temas de moda? ¿Recurrentes simplemente? ¿O acaso el jurado de estos concursos iba en busca de este tipo de relatos para justificar sus decisiones? En cualquier caso me negué a pasar por el aro y seguí escribiendo libremente.

El segundo caso y quizás el mas descarado fue cuando participé en un concurso de una ciudad cuyo nombre no quiero acordarme (de hecho no me acuerdo) y que celebraba un certamen literario a nivel local hasta que un año decidieron convocarlo también a través de internet. Según una nota de prensa enviada por el mismo ayuntamiento, se habían visto desbordados por la avalancha de obras, pasando de un centenar como era habitual, a varios miles de ellas llegadas de todas partes del mundo. Debido a ello el fallo del jurado se demoraría unas semanas más. Todo muy coherente hasta que se anunció que el ganador había sido… un joven de esa misma localidad. Y cuidado que no pongo en duda el talento de esa persona (de hecho nunca llegué a leer su relato) ni la honradez de ese jurado, pero… La cosa me hizo sospechar un poco. A pesar de eso hubo un último intento. Y termino ya.

Tenía 25 años ya cuando participé en un certamen que se celebraba en la población de Muro de Alcoi. Como tantas otras veces fui seleccionado como uno de los finalistas y se me envió un correo explicándome las condiciones para optar al primer premio. A primera vista me pareció cuanto menos, rocambolesco. Al parecer se iba a celebrar en la localidad algo llamado “cena literaria”, lo cual a oídas de un escritor en ciernes puede sonar muy romántico, pero que no deja de ser una cena con completos desconocidos, en la cual se anunciaría el ganador. Es decir, iríamos a cenar todos juntitos y en algún momento de la misma el anfitrión se levantaría y anunciaría solemnemente el nombre del afortunado. Pero había una condición: Si el ganador no había acudido a la cena… se le revocaría el premio y éste pasaría a manos de otro de los finalistas. ¿Cómo? Entonces el mérito de ganar no estaba tanto en la calidad del escrito si no en la presencia el día de la entrega de premios. ¿Y si no estaba allí el ganador? ¿A quién le daban el premio de entre los finalistas? ¿Habrían elaborado un ranking con un top-30? ¿Lo seleccionarían al azar? ¿O es que ya tenían al ganador seleccionado de antemano y sabían que éste sí iba a acudir a la cena? Esta última opción fue la que me pareció más pausible, teniendo en cuenta además que el precio del cubierto era de 40€ por persona. A ver si iba a ser todo ese asunto del certamen literario un negocio pactado con el del restaurante e íbamos a ser los pobres finalistas los que pagáramos no solo la cena si no también el premio del ganador… Por supuesto no acudí a esa cena. Ni volví a participar en ningún otro concurso. Hasta ahora.

De los 25 a los 35 me limité a escribir en mis blogs. Debo reconocer que escribir de cara al público da una interesante perspectiva sobre cómo expresarse claramente y acerca de los gustos de los lectores. De tal experiencia aparecieron mis ansias de publicar. A mi primer libro le siguió un segundo, el cual en una presentación llamó la atención de las personas a cargo de la página “Historias pulp” dedicada a la difusión de autores noveles así como de ellos mismos, escritores de indudable calidad. Además, periódicamente organizan un concurso que si bien no entrega grandes premios al ganador, sí resultan ser propuestas originales en cuanto a temática. Fue por esa frescura y por mi convencimiento de que los de Historias Pulp eran personas honestas por lo que me decidí a participar. En el primer concurso quedé seleccionado, y en el siguiente, por primera vez en 20 años y cuando ya creía que los primeros puestos eran para otras personas quizás tocadas con la gracia de los dioses, gané. 

Decir que me alegró el día seria una inexactitud. Fue mas bien como quitarme un peso de encima y arrojarlo sobre cierto restaurante de Muro, reduciéndolo a escombros. Recuperé la fe en las personas que creen en esto como una simple afición, pero que merece ser tratada con respeto y seriedad. Es por ello que os invito, oh escasos pero abnegados lectores a echar un vistazo a la página de Historias Pulp (podéis encontrar un acceso aquí a la derecha si estáis leyendo esto en formato web) y disfrutar de cuanta literatura en ella se expone.

¿Un consejo para los que estéis pensando en participar en este tipo de certámenes? Por supuesto: Adelante, pero no os desmoralicéis si no ganáis, que hay mucho concurso amañado ahí afuera.
Sí, ya sé que no es mío, pero es un gran consejo.

Finalmente, si queréis leer los relatos participantes en este certámen, los podéis descargar aqui.
O incluso escucharlos directamente en la audiorrevista aqui.

Amor de primate. Una breve novelita de muy pocos megabytes.

Hay quien dice por ahí que los buenos tiempos del papel ya han llegado a su fin; que entre pdfs, kindles, podcasts y audiolibros, el libro t...