El otro día estaba
viendo (de reojo pero lo estaba viendo) uno de esos programas de
famoseo y aparecía un señor denunciando una supuesta campaña de
marketing fraudulenta orquestada por un famosete de tres al cuarto
ahora convertido en “exitoso” disc jockey. Por lo visto ese
famoso, bien situado económicamente, había comprado varias
actuaciones, además del público para que la gente creyera que
estaba triunfando cuando en realidad no era así. ¿Y por qué
querría alguien comprar un supuesto éxito? Supongo que por temas de
ego, autoestima, falta de tiempo, exceso de dinero o, como es el tema
del que quiero hablar hoy aquí, publicidad.
Hoy en día las
redes sociales lo salpican todo. Cuando vemos un nombre desconocido
en alguna parte solo tenemos que sacar el móvil de nuestra riñonera,
escribirlo en el Google y a no ser que se trate de algún outsider,
tendremos su foto y sus datos básicos en la palma de nuestra mano. Y
con ello tendremos también una primera impresión. ¿A qué se
dedica? ¿Como viste? ¿Cuales son sus inclinaciones políticas e
ideológicas? Y es por este mismo motivo, por esta dualidad entre el
exhibicionismo y la ausencia de privacidad que todos mostramos
nuestra mejor cara en las redes. Y al tema escritura me remito.
Perico de los
palotes, escritor. Por poner un ejemplo, ya lo habréis notado. Le
buscamos en el google porque vamos a compartir mesa con él en una
firma, feria o lo que sea y vemos su instagram. Aparece un señor
hablando por un micrófono ante una audiencia que le escuchan
expectantes, luego en la puerta de una librería donde tiene una
estantería para él solito exhibiendo su libro, otra firmando
ejemplares a una pareja que le miran con ojos amorosos de fan devoto,
exhibiendo muy serio un contrato editorial, en una entrevista en la
Cadena Cope… Y pensamos “este tío lo peta”.
Luego nos
encontramos con él y tras un rato hablando descubrimos que esa
audiencia de la presentación era su familia y amigos, el de la
librería le colocó la estantería solo para hacerse la foto, la
pareja que le pedían el autógrafo su hermana y cuñado, el contrato
editorial era de una empresa de servicios editoriales y lo de la
radio… Un amigo de su mujer trabaja allí y la emitieron un
miércoles a las cuatro de la madrugada.
Y entonces
descubrimos que ese señor que parecía estar en la cima del mundo en
realidad es otro miserable que pelea por lograr una venta, algo de
reconocimiento y visibilidad y que sin el apoyo de sus allegados más
le valdría escribir en un blog y dejarse de ínfulas literarias.
“Qué cabrón
Perico de los Palotes, como engaña a la gente” podríamos pensar,
pero seguramente con un rápido vistazo a nuestras propias redes
sociales descubriríamos que nosotros hacemos lo mismo al fin y al
cabo. Ponemos la foto familiar de ese día que fuimos a Disneylandia
en lugar de la comida a base de sobras recalentadas del domingo
pasado, el descenso en mountain bike que nos marcamos hace quince
días con ese equipo que ya no nos hemos vuelto a poner, en lugar del
habitual paseo con las niñas por el carril bici y si nos metemos en
el tema literatura… Nadie le pide al fotógrafo que saque una de
las sillas vacías, la gente que lee otros libros o de tu cara de
desesperación en esa feria del libro en la que nadie se acerca a ti
ni para saludarte.
Nadie quiere fotos
de la normalidad. Hay que mostrar, lógicamente el lado brillante. Y
volvemos al famosete de antes.
El famosete compra
una foto de éxito donde no lo hay. El fotógrafo hace su trabajo y
no le acompaña a su casa a retratar como se come un plato de
macarrones con tomate. Pero ese famosete sube a Twitter la foto
diciendo “Llenazo total esta noche en la sala Tal” y el público
se creen que así ha sido, que si ha acudido tanta gente será porque
ese tipo al fin y al cabo sabe, que qué pena no poder haber acudido
y con un poco de suerte a la próxima ocasión no fallarán. El
marketing va dando sus frutos. Si a ese escritor le entrevistan en la
Cope será por algo, habrá que acercarse a su próxima presentación
no sea cosa que nos estemos perdiendo algo importante.
Y así estamos,
añadiendo la profesión de actor a cualquier otra que tengamos,
sacando fotos y contando anécdotas en el lado de la luz y reptando
cuales gusanos por los rincones cuando los focos se apagan. Soñando
con meternos en una crisálida para reaparecer alados y coloridos
cuando no queremos darnos cuenta que nosotros no somos gusanos de
esos. Somos de los que son siempre gusanos y solo vuelan cuando caen
por el borde de la mesa.
Pero qué bonitas
las fotos puestas en el Instagram así ordenaditas para que todos
vean lo que nos lo curramos y como molamos.
Ojiplatica me hallo, muy buena fotografía de la realidad social que vivimos.. No hace falta "ser" basta con parecerlo..
ResponderEliminarAsí es, compañera. Y gracias por comentar.
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