lunes, 21 de enero de 2019

De escritura y masoquismo.



Quizás el plasmar ideas y pensamientos en papel y el encontrar placer siendo azotado y humillado por otra persona no nos parezcan así a priori, conceptos para nada relacionados. Pero si nos ponemos en la piel de un autor sin demasiadas pretensiones ni apoyos desde la gran industria del libro, esa gruesa línea divisoria comienza a difuminarse un poco. Por supuesto estoy hablando de mi.

Desde que empecé con esto de publicar las cosas que escribo, siempre impulsado por un pensamiento de “el mundo tiene que leer esto” he tenido mis momentos de satisfacción, es cierto: los aplausos en una presentación o charla exitosa, las felicitaciones de algunos lectores agradecidos, algunas buenas críticas y otras no tanto pero aún así constructivas; he conocido gente interesante, asistido a eventos exclusivos y visto mi cara en televisión y radio (en este último caso de forma figurada), pero en contrapartida, también ha habido un lado malo. En contrapartida hay muchas horas de trabajo frente al ordenador, casi siempre a horas en las que debería estar todavía en la cama, inversiones de dinero que no regresa jamás, horas de plantón en ferias y eventos, la incertidumbre de si mi trabajo gustará o no, y mi favorita: el terror tras mandar mi obra a imprenta por si ésta saldrá bien o habré metido la pata y acabará toda la tirada en la basura (esto me ha pasado ya). Y si coloco ambas sumas de factores en la balanza, siempre me queda la duda de si realmente merece la pena tanto sufrimiento para tan poca satisfacción.

¿Entonces por qué lo hago?
Supongo que me gusta la sensación de caer al vacío sin tener donde agarrarme, de no saber qué me espera a la vuelta de la esquina, de estar solo ante el peligro y tener que poner todos mis sentidos y recursos en juego para salir airoso de la situación sea ésta una publicación, una charla, dar un taller o presentar un libro que ni siquiera sé como definir.
Supongo que escribir, y publicar, es mi deporte de riesgo particular, mi puenting, mi descenso en bicicleta por una escarpada ladera, mi salto en paracaídas sin ayudantes ni monitores…
Puede sonar triste así a priori, y puede que parezca que todo esto no compensa, pero me gusta la sensación a muchos niveles y sí, quizás sea masoquismo al final pero siempre será mejor que no hacer nada y ver el tiempo pasar mientras son los otros los que se enfrentan a este mundo de libros y culturas.

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