martes, 14 de febrero de 2017

La importancia de la voz y el tono



 
"Escritor pensando" de Leonid Pasternak
Siempre me ha gustado comparar la literatura con la pintura. En realidad me gusta compararla con cualquier forma de arte, ya que el arte es expresión pura, pero quizás sea la pintura la que mejor pueda compararse con lo que quiero explicar hoy.

Para el pintor nefasto, como es mi caso, cerrar los ojos e imaginar una bella imagen (soy bastante propenso a imaginar bellas damas cabalgando sobre blancos corceles hacia el ocaso) puede resultar sencillo. Pero abrir los ojos frente  a un lienzo en blanco y plasmarla tal y como se había imaginado, puede ser una tarea imposible. ¿Por qué? La respuesta es tan sencilla como que al ir a ejecutar nuestra obra debemos pasar de un plano puramente mental (imaginar) a uno puramente físico (pintar) y ese trasvase de talentos no siempre es posible sin haber adquirido una técnica previamente. Pero volvamos a la escritura.

Escribir resulta fácil para cualquiera de nosotros. A todos nos han enseñado a escribir desde muy pequeños (demasiado diría yo), mientras que no sabemos nada de otras expresiones artísticas. Pero incluso la escritura y la lectura nos son enseñadas de forma mecánica, con la intención de memorizar y transcribir textos. Eso nos deja algo alejados de las expresiones artísticas, pero no es tan complicado “despertar” la escritura como expresión de ideas. En mi anterior entrada hablé de la búsqueda de la inspiración y en ésta daré alguna clave para convertir esas ideas en textos.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que en el largo camino que va de nuestro cerebro hasta nuestra mano de sostener el bolígrafo, las ideas pueden atascarse, mutar y acabar expresando algo que no deseamos o no de la forma que deseamos. Es muy fácil dar por supuestos pequeños detalles que al omitirlos creen cierta confusión en el lector y que éste acabe desistiendo de leer nuestro texto, así como dar un exceso de información que acabe aburriéndolo. Y eso es algo terrible. Por eso existe la voz y el tono.

Podéis llamarlo truco o podéis llamarlo técnica, pero lo cierto es que es esencial que cuando escribimos un texto, sea ensayo o ficción, nos imaginemos sentados en una tranquila terraza (u otro enclave) explicándoselo a un conocido nuestro. Puede parecer una tontería, pero el hecho de poner nuestra voz al texto y buscar la forma de que esa persona (vale cualquiera, desde un familiar a ese amigo del cole que hace tanto que no vemos) hará que escribamos de forma clara y concisa. No queremos que esa persona se aburra con detalles excesivos ni que  se pierda nada por culpa de resúmenes excesivos. De este modo escribiremos con consciencia de crear un texto comprensible y por lo tanto estaremos un paso más cerca de tener éxito. Luego, por supuesto, queda mucho camino por delante, pero eso ya lo explicaré más adelante.

3 comentarios:

  1. Sin embargo, si lo hiciéramos de verdad, digo explicárselo a alguien de confianza en un lugar tranquilo, y lo grabáramos para luego transcribirlo ¿el resultado sería valido como literatura? Sin haberlo probado me da la sensación que no.

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    1. No da buen resultado. de hecho es u ejercicio común en cursos de literatura. Pero claro, aquí jugamos con el factor de que las cosas no suenan igual en la cabeza de uno que cuando salen por su boca.

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