sábado, 17 de noviembre de 2018

Cuando conocí (mal) a Buckowsky

 

La adolescencia siempre resulta ser una etapa compleja a nivel personal, de identidad y de interacciones con otros seres humanos. En mi caso además, se me añadieron problemas familiares extra, como las adicciones de algunos familiares cercanos, el ingreso en prisión de mi padre y la larga enfermedad que acabó llevándose por delante a mi madre. Todo ello fue haciendo mella en mí, volviéndome más retraído, esquivo y al final me llevó a encerrarme en mi mismo en una etapa a la que me gusta llamar “la gran oscuridad” para que quede poético pero que podría ser bautizada quizás con más eficacia como “esa época de mierda”. Pero no fue malo todo lo que eso me trajo, ya que descubrí un lugar mágico donde podía estar a solas, en silencio y frente a una fuente cuasi infinita de lectura: La biblioteca.

No sé como era anteriormente, pero desde ese momento la biblioteca se convirtió en mi refugio, mi bastión, el lugar donde podía relajarme, abstraerme de mi día a día y descubrir nuevas formas de ver el mundo, de entender la realidad y de dejar volar la fantasía de manos de grandes autores como Lovercraft, Bian, Fischer, Bierce, Wilde, Doyle, Tolkien, Panero, Poe… Y Buckowsky. 

Ahora está de moda. Las redes sociales están plagadas de fotos y frases que se le atribuyen y parece ser una especie de adalid de los escritores malditos. Pero en esa época no era así para mí. Yo conocí a un Buckowsky que escribía novelas y relatos de borracheras y sexo en un entorno socialmente destrozado, casi disuelto en el alcohol, el juego y el vicio. Mi Buckowsky era un tipo sin trasfondo que simplemente desfasaba en un mundo que yo estaba comenzando a descubrir y que se cubría con la gloria de su propia inmundicia. Acababa de morir, de hecho, pero yo de eso nada sabía y solo le leía para reírme de sus ocurrencias, de las situaciones en las que se veía metido ese personaje que era Harry Chinasky, su alter ego y preguntarme qué había de realidad y qué de fantasía en sus relatos.
Me reencontré con él muchos años después. Por casualidad leí una de sus poesías y me pareció genial. Por una parte no conocía su faceta poética (aunque realmente fue la más prolífica para él) y por otra yo ya no era un chaval inadaptado si no un adulto con una carga de responsabilidad notable sobre mis hombros (trabajo, familia, etc…) y decidí darle otra oportunidad. Gracias a la información que nos proporciona Google pude bucear en su vida y leer sus obras en orden, descubriendo a una persona que creció en la miseria y recibía palizas por parte de su padre, con fracasos escolares y sociales, con un horizonte que no llegaba más allá de su nariz y que solo le quedaba escribir para alejar su miseria. Y que a pesar de todo no lo logró. Buckowsky era un pobre hombre pero también un egoísta sin amor propio ni por los demás, un nihilista, mezquino y eternamente triste. Era un hombre atrapado en un bucle de desanimo y autodestrucción que él mismo había creado y que paradójicamente le servía de inspiración y le mantenía a flote.

Definitivamente Buckowsky no resultó ser quien yo creía si no alguien mucho más complejo a tantos niveles que dudo de si realmente a día de hoy le admiro o le desprecio pero también alguien a quien tengo ganas de seguir leyendo y conociendo.

4 comentarios:

  1. Etapas diferentes de la vida, visiones diferentes. No hay que despreciar las segundas oportunidades.
    Gracias

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    1. Por supuesto. A veces es necesario hacer un alto en el camino para mirar hacia atrás.

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  2. Y la tan comentada últimamente separación entre vida y obra. Si te sigue gustando leerlo, sigue haciéndolo.

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